martes, 31 de diciembre de 2013

Libro mortal



  Cuando Rodrigo entró en el salón y vio aquel libro de nuevo, erguido sobre la repisa como un dedo acusador, cayó al suelo de rodillas pensado que iba a enloquecer.

Sacó un pequeño bote de su bolsillo, que había comprado hacía escasas horas, y lo agitó con una mano temblorosa. La calavera con la que estaba marcado no dejaba lugar a dudas sobre su contenido pero, sin pensárselo ni un segundo, se bebió de un trago el cianuro de su interior.

Una arcada sacudió su garganta pero no le importó, quería que todo acabase. Durante meses, se había visto obligado a hacer todo aquello que leía en sus páginas: robar, violar, asesinar... Su lectura lo había conducido a una espiral de sangre y demencia.

Tan solo le faltaba un capítulo por leer y, gracias al veneno que acababa de ingerir, daba igual lo que estuviera escrito allí, no lo llevaría a cabo. Había vencido al libro.

Y mientras su vida le abandonaba, cogió el libro de la repisa, donde yacía riéndose de él, y leyó con desesperación las últimas palabras: “... y poniendo fin a su locura se bebió de un trago el pequeño bote de cianuro.”