domingo, 29 de junio de 2014

El regalo para la princesa


El mercader recolocó una de las piedras de su tenderete que se había volcado tras el paso de un camello. Comerciaba con rocas de colores llamativos que encontraba en sus largas caminatas por el desierto.

Hacía un calor abrasador, a pesar de los toldos que cubrían las calles del mercado, y Jasim se levantó ligeramente el turbante para refrescar su cabeza.

Una pareja se acercó a su puesto y la mujer cogió una de las piedras con cuidado.

- ¿Cuánto por ella? –le preguntó.
- Son veinte dírhams –le contestó Jasim.
- ¡Veinte dírhams! –exclamó el hombre que la acompañaba-. Es demasiado por una piedra.
- No es una piedra cualquiera –le dijo Jasim-, esa piedra en especial guarda una dolorosa historia detrás. ¿Le gustaría conocerla?
- Claro –le respondió la mujer con una sonrisa.

- En el país vecino –comenzó a narrar el comerciante-, el sultán decidió que era el momento de que su hija, la princesa Ameera, contrajera matrimonio. Para encontrar al mejor pretendiente, organizó una lujosa recepción entre los más acaudalados hombres del país para que pudieran conocer a la princesa. Aquel que tras la recepción estuviera interesado en contraer matrimonio con ella, debería hacerle llegar un regalo, y luego ella elegiría entre todos los presentes el que más le gustara.

“Pero durante la recepción, la princesa se fijó, no en uno de los acaudalados hombres de negocios, sino en uno de los camareros que servían el cóctel. Se quedaron profundamente enamorados el uno del otro y el joven camarero le prometió a la princesa que le mandaría el regalo más bello de todos.

“El joven invirtió todos los ahorros que había acumulado durante su vida en comprar el collar más hermoso que la princesa hubiera visto y lo hizo llegar a palacio. Sin embargo el sultán, que tenía ojos y oídos en todo el país, se enteró de la promesa hecha por el camarero, y no podía permitir que su joya, su única hija, se casara con un pobre camarero, así que cogió el collar del joven y mandó que lo hacieran desaparecer.

“Cuando la princesa buscó entre los regalos de los pretendientes, no encontró ninguno que llenara su corazón como había esperado. Buscó con la mirada a su padre y él se acercó con rostro compungido.

“- Lo siento hija mía -le diijo-, pero el regalo que esperabas no ha llegado. Al final el joven se arrepintió de su promesa.

“A la princesa se le partió el corazón, sus ojos comenzaron a llorar y nunca más pararon.

El comerciante hizo una pausa antes del alegato final.

- La piedra que tenéis en las manos, señorita –dijo-, es la que adornaba el collar del joven camarero.

La mujer se quedó encantada con la historia que había detrás de la piedra, y pagó con gusto los veinte dírhams que pedía el comerciante.

Jasim guardó las ganancias y volvió a levantarse el turbante para airear su abrasada cabeza.

Una niña se acercó corriendo a su puesto y agarró otra de sus piedras para enseñársela a su madre, que venía detrás.

- ¿Cuánto por ella? –preguntó la madre.
- Son veinte dírhams –le contestó Jasim.
- ¿No podríamos dejarlo en diez? –regateó.
- Es que ésta no es una piedra cualquiera –le dijo Jasim-, es una piedra especial que guarda una dolorosa historia detrás. ¿Le gustaría conocerla?

viernes, 27 de junio de 2014

Espejos y horribles reflejos


Alicia se metió en la ducha como todas las mañanas, cincuenta y cinco minutos antes de tener que salir por la puerta para ir a trabajar.

Su gato, Lord Byron, tenía la costumbre de abrir la puerta corredera del baño y colarse en la ducha con ella. Debía de ser el único gato del mundo que adoraba el agua. Aquel día no fue una excepción, mientras la ducha arrojaba el agua tibia sobre su cuerpo aún adormecido, escuchó como se deslizaba la puerta con suavidad y vio por el rabillo del ojo el contoneo grácil de la cola de Byron.

Sin embargo el gato no entró sólo, aunque no podía ver a nadie más, estuvo segura de sentir su fría presencia en el ambiente y el agua de la ducha disminuyó un par de grados de temperatura.

Salió de la bañera empapada y creó un charco bajo sus pies en pocos segundos, pero apenas se dio cuenta, miraba atemorizada la sombra borrosa que se alzaba junto al gato. El animal siguió su camino hacia ella y el borrón oscuro se movió junto a él como si de su propia sombra se tratara.

Cuando pasaron frente al espejo, que colgaba en la pared desde el techo al suelo, Alicia vio con nitidez el reflejo de lo que acompañaba a Lord Byron: era el niño de la casa de al lado, aquel que había muerto una semana atrás al caer por la escalera del segundo piso... aún tenía el cuello torcido en aquel ángulo escabroso. Sus ojos estaban vacíos, dos oquedades negras que sin embargo parecían ver, pues no se apartaban de ella.

Tembló de pies a cabeza. Si no hubiera vaciado su vejiga antes de meterse en la ducha, estuvo segura de que lo habría hecho en aquel momento.

- No lo dejes pasar, Lord Byron -dijo Alicia incapaz de realizar ni un solo movimiento. El agua seguía deslizándose por su cuerpo y ampliando el charco del suelo.

El animal maulló igual que si la hubiera entendido y dio media vuelta. El fantasma siguió al gato como si se hubieran invertido los papeles y él fuera la mascota, y ambos desaparecieron por donde habían llegado.

Desde aquel día, Alicia comenzó a echar el cerrojo de la puerta del baño antes de ducharse y llevó todos los espejos de su casa al vertedero.

miércoles, 25 de junio de 2014

Quien menos te lo esperas...


Había brotado, en mitad del huerto, un inmenso piano de cola, o al menos eso era lo que parecía si acababas de llegar. A Tiberio poco le importaba cómo había llegado hasta allí ese trasto, lo que le hizo palidecer al verlo fue constatar que la última parte de la profecía de la gitana se había cumplido: "... y cuando brote música de la tierra, llevará a cabo su venganza y tú perderás la vida."

Al principio se tomó a risa esa estúpida predicción. No pensó que aquella última frase ocurriera nunca, no tenía sentido, sin embargo ahí estaba el piano resurgiendo de la arena como un maldito puerro.

Pese a todo, mantenía una cierta calma. Ahí en su casa, con todas las medidas de seguridad que la protegían: guardaespaldas, cámaras, verjas electrificadas... allí se sentía seguro. Nadie sin autorización podría entrar, o salir...

- ¡Cariño! -escuchó gritar a su mujer desde el cobertizo-. ¿Puedes venir un momento? Creo que la sierra mecánica se ha atascado.

martes, 24 de junio de 2014

El enigma del dragón


El caballero miró al dragón y sonrió. Tenía la respuesta a su enigma, por lo que debía dejarlo pasar sin necesidad de desenvainar la espada.

- ¿Qué es tan divertido, soldado? -preguntó desplegando las alas para mostrar toda su grandiosidad. A su lado el caballero no era más significante que una rata de cloaca.

Los ecos de la frase del dragón se perdieron entre los recovecos de la gruta antes de que el soldado se dignara a contestar.

- Lapislázuli azul -respondió. Su rostro estaba sereno y nada había en su postura que delatara el mínimo atisbo de nerviosismo, más bien lucía una pose altiva. No había otra opción, aquella era la solución al acertijo.

El dragón pareció exhalar un suspiro de alivio y el aire se llenó de un intenso olor a azufre. Replegó de nuevo las alas y apoyó todo su cuerpo en el suelo de piedra de la caverna, como si se dispusiera a dormir.

- Habéis acertado -dijo-. Largo tiempo ha transcurrido desde que custodio este Paso, demasiado -susurró cerrando los ojos, tan amarillos que refulgían en la oscuridad-, pero por fin llegó el día en que quedo liberado de esta atadura. Que los dioses te bendigan, desconocido. 

Se oyó un crujido seco, como el de una rama al partirse, y cuando el soldado se acercó a la bestia comprobó que se había convertido en piedra. 

El caballero continuó su camino hacia el fondo de la gruta. La vereda estaba iluminada por un tenue resplandor azulado que desprendían algunas de las piedras adheridas a la roca. Cuando por fin llegó al final del camino, el manantial de agua que surgía de la roca cantaba con un rugido ancestral.

- Bienvenido, mi benefactor.

Una mujer de palidez y hermosura extremas se lavaba el cabello junto a la fuente que formaba el manantial. Sus movimientos denotaban delicadeza y el tono de su voz era tan ancestral como todo lo que la rodeaba.

- He derrotado al dragón y quiero conocer el secreto de la vida eterna -exigió el caballero mostrando por primera vez una brecha en sus nervios de acero. Aquella situación escapaba a su control.

- Y vuestro es -le dijo ella señalando el torrente de agua-, bebed.

El caballero se acercó y llenó su boca del agua tibia que manaba de la roca viva. En cuanto tragó, su cuerpo se convulsionó con furia y por un instante sintió que arrancaban su alma del cuerpo. Cayó en una profunda inconsciencia, plagada de sueños inconexos y palabras sin sentido. Cuando despertó, descubrió que su cuerpo había mutado: su piel estaba cubierta de escamas, dos potentes alas se batían con fuerza a su espalda y sentía el fuego y la furia del dragón revolviéndose en su interior.

Se había transformado en la bestia que había derrotado.

- Ahora elegid vuestro propio acertijo, mi benefactor -escuchó decir a la mujer que sonreía con malicia. A sus ojos de dragón, ya no parecía ni tan hermosa ni tan delicada-. Vuestra vida durará el tiempo que alguien tarde en encontrar la respuesta. Todo tiene un precio, mi señor -continuó-, os he dado la posibilidad de vivir para siempre, pero a cambio vos os convertiréis en mi guardián y protector, no podréis abandonar la gruta mientras dure vuestra vida.

- ¿Pero de qué me sirve la vida eterna si he de quedarme aquí encerrado? -gruñó el dragón en el que se había convertido el soldado.

- Quizás deberíais haber preguntado el precio antes de anhelar un don tan fuera de vuestro alcance.

domingo, 22 de junio de 2014

El pacto con las Moiras


Dicen que en mitad de los bosques de Los Picos de Europa hay un claro sólo visible bajo el brillo de la Luna llena. Dicen que en la quietud del lugar se alza una construcción de madera a cuyo alrededor el tiempo se detiene. Está cimentada sobre huesos de animales, polvo de arcilla y cenizas.

Dicen que en su interior vive una anciana bruja capaz de ver el futuro y que, si no te gusta lo que te depara el tuyo, por tres monedas de oro y unas gotas de sangre de murciélago, te pone en contacto las Moiras, las hermanas del Destino que tienen el control del hilo de la vida de cada mortal. El precio acordado con ellas depende de la exigencia del cambio.

Cuentan que una vez, el príncipe de un reino lejano quiso saber la suerte que le deparaba la guerra que estaba a punto de iniciar. Conocedor de la leyenda de la vieja bruja, empeñó medio año en recorrer los densos bosques hasta dar con la cabaña detenida en el tiempo.

En su interior encontró a la bruja, que cogió su mano y tradujo las enrevesadas líneas de su palma. Le dijo que la guerra duraría siete años y que acabaría con la victoria de su reino pero que, en el fragor de la última batalla, el joven príncipe perdería la vida.

- Eso no es justo -se quejó-. Llévame ante las Moiras, quiero negociar con ellas. Aquí tienes tu pago.

Dejó sobre la mesa las tres monedas de oro y un frasco con la sangre del murciélago.

- ¿Conoceis las consecuencias de cambiar el destino? -le preguntó la bruja.

- ¿Qué me importan las consecuencias, anciana? ¿Acaso puede haber algo peor que perder la vida?

La bruja aceptó el pago y le llevó ante las Hermanas. Ellas escucharon la petición del joven y pusieron el precio.

- Una vida por otra vida -dijeron las tres al unísono-. Si salvamos la tuya, exigimos otra a cambio.

- ¿Cualquier vida os serviría? -preguntó urdiendo un maquiavélico plan.

Las Moiras asintieron como si fueran una.

- En ese caso, intercambio mi vida por la del primogénito del rey enemigo.

El príncipe pensó que había sido una jugada maestra, pues no sólo había salvado su propia vida, sino que además, probablemente se habría librado de la mayor amenaza a su reino en el futuro.

Lo que el príncipe no sabía es que el primogénito del rey enemigo era una hermosa doncella a la que hubiera conocido un año después, una doncella que se habría convertido en su esposa y en la madre de toda su descendencia. De esta manera, el príncipe ganó la guerra y vivió para verlo, tal era el pacto que había hecho con las Moiras, pero acabó sus días solo. Expiró su último aliento en la cama de su solitaria habitación, y todo su legado murió con él.

viernes, 20 de junio de 2014

En la oscuridad


Se metió en la cama y apagó la luz. Casi al instante sintió la presencia de alguien más en la habitación, la punzada en la nuca de unos ojos observándola...

Se incorporó de golpe y encendió la lampara de la mesita de noche. Vacío y silencio. No había muchos rincones en su habitación donde alguien pudiera esconderse, tal vez bajo la cama o dentro del armario. Pero a ella no le preocupaba una amenaza de carne y hueso, todo esto venía por el estúpido juego de la ouija con el que se habían estado entreteniendo.

Volvió a apagar la luz y se refugió entre las sábanas. Otra vez aquella estremecedora sensación, podía sentir su presencia en cada poro de la piel. "Vamos a ir a por ti" habían formado las letras en el tablero. Pero aquello no era más que un estúpido juego, ¿verdad? Eran sus amigos quienes movían el vaso y habían pretendido asustarla.

Notó que la cama se movía. Un ligero estremecimiento provocado por un leve roce. El miedo la paralizó y sus articulaciones parecieron convertirse en gelatina. Se imaginó una pálida mano, de uñas largas y mugrientas, emergiendo del hueco bajo la cama y avanzando sigilosa por el aire a punto de agarrar sus piernas.

Aquella horrible imagen la hizo reaccionar y consiguió alargar un brazo tembloroso para encender de nuevo la luz. Nada. La habitación tenía el mismo aspecto sereno y quieto que antes. Era el momento de ser valiente y deshacerse del miedo, se inclinó hacia el abismo bajo la cama y se asomó... Nada. Sólo silencio y pelusas en el reino de los monstruos.

Respiró aliviada y se incorporó. Fue entonces cuando vio el rostro pálido, cubierto de heridas supurantes, y los ojos amarillos que la observaban desde la puerta entreabierta del armario. Sonreía con dientes afilados cubiertos de sangre.

Gritó con toda la fuerza de sus pulmones, pero no había nadie en la casa que pudiera escucharla.

jueves, 19 de junio de 2014

El asesino fiel


Bajó al sótano y disparó al rehén. Era lo pactado si a las doce de la noche no le habían entregado el dinero. Y él siempre cumplía sus promesas, por eso era el mejor para aquel trabajo, jamás le temblaba el pulso.

Desvistió el cadáver y lo lavó para limpiarle la sangre y la mugre acumulada tras las 48 horas de secuestro. Después le puso una camisa suya y unos pantalones, que le quedaron demasiado holgados pues tenía una constitución mucho más débil que la suya. Le calzó con sus mocasines y le anudó cuidadosamente los cordones.

Cuando el reloj marcaba las tres de la mañana, sacó el cuerpo de la casa y lo llevó en brazos hasta maletero de su coche. Iba envuelto en una impoluta sábana blanca. Lo depositó con sumo cuidado y condujo durante media hora hasta el puerto.

La luna se había ocultado tras unos espesos nubarrones cuando finalmente detuvo el coche frente al Atlántico. Sacó el cadáver del maletero y sin más ceremonias lo arrojó al mar. Después se santiguó tres veces y volvió al coche.

La última voluntad del secuestrado había sido ser enterrado en el oceáno y había accedido. No importaban las consecuencias, no importaba el dolor físico o mental, no importaban los remordimientos: él siempre cumplía sus promesas.

martes, 17 de junio de 2014

Asesinato en la escalera

El cuerpo estaba tirado bocabajo a los pies de la gran escalinata. Tenía el cuello girado en un ángulo imposible y resultaba evidente que la muerte se había producido al despeñarse por las escaleras.

El inspector René Candau, de la Policía científica, se fumaba un pitillo apoyado en la jamba de la puerta mientras sus compañeros hacían fotos y recogían pruebas. Expulsaba el humo en densas bocanadas mientras miraba distraído a las personas que estaban en la casa en el momento del accidente. Los habían puesto en fila delante de una de las paredes del gran recibidor.

Entrecerró los ojos y los analizó durante el tiempo que le duró el cigarro. El ama de llaves, sesentona y pasada de kilos; el chico encargado de los jardines y su mujer, un matrimonio joven procedente de Italia; el cocinero, un tipo deprimente de aspecto enfermizo; el mayordomo, un señor enjuto aunque de rostro afable; y la joven y despampanante viuda que lloraba desconsolada, manchando de caro maquillaje un pañuelo de seda.

El becario que tenían de prácticas llegó en el momento en el que René aplastaba el cigarro bajo sus mocasines impecables.

- Perdón por el retraso -dijo casi sin aliento-, me he perdido al llegar.
- Llegas tarde -le contestó René-. Aquí ya está todo el pescado vendido.

Le gustaba hacer uso de frases hechas y expresiones coloquiales para desmostrar a su audiencia que, a pesar de que no había conseguido suavizar su marcado acento francés, dominaba el idioma a la perfección.

- Un accidente, ¿no? - preguntó el becario mirando la escena un poco por encima.
- No puedes estar más equivocado, mon ami. Asesinato.

El chico puso cara de póker y siguió al inspector que se aproximaba a la fila de sospechosos.

- El mozo de la piscina -dijo señalándole con disimulo para evitar que los oyeran-, ¿ves esa marca roja en el cuello de su camisa?

El becario asintió prestando atención a la casi imperceptible mancha que embonorraba la camisa blanca del uniforme de servicio.

- Es de pintalabios, ¿de su mujer? -negó con la cabeza autocontestándome-. No desaparece con los lavados, es de un pintalabios demasiado caro para ser de su mujer. Es de la viuda. Mantenían una aventura, de eso no hay duda.
- ¿Entonces lo mató ella? -preguntó casi afirmó el becario, pero René negó sin cambiar su gesto austero- ¿Él? -probó otra vez con menos seguridad.

René volvió a negar y señaló al cocinero.

- Mira su aspecto -le dijo-, dedos amarillos de fumador, uñas mordidas, barba de tres días.  Apostaría a jugador de póker, tal vez blackjack, endeudado hasta las cejas y perseguido por mafias.
- Eso no lo convierte en asesino -le contradijo el becario.
- Más bien ella lo convirtió en asesino -dijo señalando a la viuda-. Le prometió saldar sus deudas si le libraba del vejestorio de su marido para poder quedarse con su pasta y con el mozo italiano.
- ¡Qué retorcido! -se quejó el aprendiz que envidiaba la capacidad deductiva de su maestro.
- Así es la naturaleza humana -dijo el inspector René sacando otro cigarrillo de su paquete de PallMall.

domingo, 15 de junio de 2014

Soldado frente a la Muerte


El soldado se detuvo un instante ante las puertas de la fortaleza con el sol poniéndose a su espalda.

Sabía que llegaba tarde, pues la nota de auxilio había sido escrita un mes atrás, pero le había sido imposible regresar antes debido a las inclemencias del tiempo que azotaba la región.

Supo que algo iba rematadamente mal en cuanto cruzó los portalones de la muralla.  El jolgorio y el transitar de gente habituales en la ciudadela habían sido sustituidos por un abrumador silencio y una quietud insólita.

Caminó por la solitaria calle adoquinada escuchando el eco de sus propias pisadas sobre la piedra. Las casas estaban vacías y las puertas y contraventanas se batían ferozmente empujadas por el viento. Un casco pasó rodando junto a él calle abajo. Le pareció distinguir manchas de sangre reseca sobre su superficie metálica, pero bien podría haber sido lodo o barro.

Echó la mano hacia la empuñadura de su espada por instinto. No había ningún indicio que le hiciera temer un enfrentamiento, pero sentía en sus huesos la tensión que se acumulaba en cada uno de los rincones de la ciudadela.

El sol se ocultó de golpe y las calles quedaron en penumbras.

Un grito desgarrador partió el silencio y lo hizo estremecerse hasta la médula. Desenvainó su espada y corrió calle arriba hacia el origen del sonido.

Llegó a una plaza desierta donde se pudrían los restos de comida del último mercado, aún despachados sobre los mostradores. Parecía como si todo el mundo se hubiera esfumado de golpe.

De uno de los tenderetes se elevó una sombra. A juzgar por su tamaño el soldado dedujo que se trataba de una niña pequeña. Se acercó hasta él tambaleándose como si necesitara ayuda. Habría corrido a socorrerla de inmediato sino fuera porque vio que avanzaba con la garganta desgarrada y uno de los brazos colgando de los tendones.

No podía ser que caminara, el soldado estaba paralizado  por el miedo, con esas heridas debería estar muerta.

Por una de las calles de acceso a la plaza apareció un hombre. Llevaba armadura igual que él y eso le dio la confianza que necesitaba.

- ¡Eh, amigo! –le gritó-. ¿Qué ha pasado aquí?

Cuando se volvió hacia él vio la flecha clavada en su cabeza que le atravesaba de lado a lado.
- ¡Oh, Jesús! –gimió el soldado.

Lo que allí estaba ocurriendo solo podía ser obra del diablo. Se santiguó dos veces seguidas y giró sobre sus talones para salir corriendo de aquel lugar maldito pero, al enfrentar de nuevo la calle, vio una decena de ojos rojos que lo observaban con ansiedad. Olían a vísceras y a muerte.

Sus bocas se abrieron de par en par emitiendo un siseo estremecedor y el soldado comprendió que no saldría con vida de aquel lugar.

sábado, 14 de junio de 2014

La mirada de los ángeles

La mirada de los ángeles de Camilla Läckberg



Puntuación: 3/5

Es un libro entretenido y de lectura fácil, sin embargo el amplio despliegue de personajes, sin un protagonista claro y punto de vista que salta de un personaje a otro, hace que te sientas un poco perdido en la historia y que no estés totalmente cómodo entre ellos hasta casi el final de la novela.

La trama discurre demasiado lenta para mi gusto y la resolución de los puzles que se plantean está poco trabajada y cuesta creérselo. En general falta verosimilitud en la historia, quizá sea por el hecho de la ausencia de un protagonista con el que involucrarse en la historia.


Aun así, recomiendo su lectura pues, aunque no sea una obra maestra, como ya he dicho entretiene y esto es al fin y al cabo lo que buscamos al coger un libro.

¡Feliz lectura!

viernes, 13 de junio de 2014

Resurrección


Un relámpago partió el cielo de un latigazo y el trueno retumbó entre las lápidas del cementerio de St. Joan. El ambiente se cargó de electricidad estática y se le puso el vello de punta.

Levantó los brazos y, mientras las gruesas gotas de lluvia comenzaban a humedecerle los labios, recitó las últimas estrofas de la letanía junto a la tumba de su amante. Era la Noche de Todos los Santos, el sonido de las campanadas de media noche llegó a sus oídos como un lamento lejano desde la torre de la Iglesia. Había concluido el ritual a tiempo, todos los pasos establecidos durante las tres últimas Lunas Llenas se habían realizado meticulosamente. No había opción al fracaso.

Espero. Un minuto, cinco, quince… La lluvia caía con fuerza pero el único movimiento en aquel páramo de huesos era el del viento arañando los cipreses.
Se desesperó y arañó la tierra de la tumba bajo sus rodillas. La notó blanda, aireada, como si hubiera sido removida recientemente… tal vez…

Se oyó el quejido de las puertas del cementerio abriéndose con lentitud, empujadas por una mano falta de fuerza, ausente de vivacidad. No se atrevió a volverse, tal vez todo había surtido efecto antes de tiempo.
Escuchó pasos a su espalda, lentos, fatigosos. Un paso, silencio, dos seguidos, silencio otra vez. Silencio.
Una mano que hedía a muerte se posó sobre su hombro y una voz reseca como pasto le susurró al oído.


- Buenas noches, querido.