El inspector René miró el cadáver desmembrado al final del callejón sin salida y después consultó su reloj de bolsillo con las iniciales RC grabadas en el dorso. El becario llegaba tarde, para variar.
Había mucha más policía en la escena de lo que le hubiese gustado, probablemente acabarían por contaminar pruebas. Se había acordonado toda una franja del callejón, donde se apreciaban sobre la tierra las huellas de lo que parecían las patas traseras de un oso, o de algo aún mayor... Las huellas se acercaban a la víctima pero no retornaban, lo que dejaba intuir que el animal habría saltado por encima del muro de ladrillo, de unos dos metros y medio de altura.
- ¡Madre de mi vida! -escuchó a su espalda la exclamación de su pupilo-. Este hombre está esparcido por todo el callejón.
- Haz el favor, no seas tan burdo -le reprendió René sacando de su bolsillo el paquete de Pall Mall.
- ¿Pero es que usted no ha visto eso? -dijo señalando uno de los pies de la víctima, apostado en la esquina opuesta al cuerpo-. Ese oso se ha ensañado con él.
- Dudo que haya sido un oso -le dijo. Se encendió un cigarro y dio una profunda calada.
- Bueno, el animal que haya sido -le respondió el becario encogiéndose de hombros.
- No ha sido ningún animal, mon ami, ¿o es que ves sangre en algún lugar?
A pesar de que el callejón estaba muy mal iluminado y de que comenzaba a anochecer, cualquier rastro de sangre hubiera sido aún visible. El inspector tenía razón, algo no encajaba en aquella escena.
- El ataque no se produjo aquí -concluyó el becario.
- Correcto. Y dado que ningún animal, que yo tenga constancia, es capaz de transportar un cuerpo y todas sus partes desmembradas de un lugar a otro, podemos deducir que nuestro atacante era humano.
- Y que ha intentado camuflar su asesinato como el ataque de un animal.
René asintió. Parecía que por fin su pupilo estaba aprendiendo.
- Pero, ¿y las huellas del suelo? -le preguntó aún algo confuso-. ¿Y cómo libró los casi tres metros del muro?
- Investiguemos un poco más -le respondió el inspector dirigiéndose al final del callejón.
El becario observó como René se arrodillaba junto al muro e iba golpeando con los nudillos los ladrillos de la mampostería hasta que uno de ellos se deslizó y cayó al otro lado. A su alrededor se desmoronaron algunos más y dejaron un hueco por el que podría pasar un hombre gateando a cuatro patas.
El inspector arrojó a un lado su cigarro y, sin dudar ni un segundo, se coló por el agujero. El becario lo siguió con más recelo del que mostraba su superior.
Aparecieron el final de otro callejón más oscuro y húmedo que el primero. René sacó una pequeña linterna de su bolsillo y alumbró el suelo: las huellas de oso seguían por aquel lado. Las siguieron hasta unos contenedores de basura donde, por arte de magia, desaparecían.
- Sujeta -le dijo al becario tendiéndole la linterna-, y alumbra ahí detras.
En la parte posterior de los cubos encontraron unas enormes botas hechas a partir de las patas traseras de un oso. El inspector las observó con detenimiento y estudió el forro con el que habían recubierto el interior. Metió la mano hasta el fondo y desgarró la tela.
- Alumbra -le pidió al becario que seguía sujetando la linterna.
En el trozo de forro que había sacado el inspector de la bota se leía: "Peletería Galán." La sonrisa de René brilló en el oscuro callejón.
- Bueno, esto nos limita bastante la búsqueda, ¿no te parece, mon ami?